1. La viuda y el muchacho


    Fecha: 04/05/2025, Categorías: Incesto Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... embargo, aunque Maricruz estaba soportando las punzadas y la picazón mientras caminaba, sonreía de felicidad.
    
    Entre tanto, el granuja de Moisés caminaba altanero, despreocupado, convencido de que a su madre no le habían quedado ganas de follar. El egoísta no pensaba compartir a su mamá con nadie.
    
    Años después, al romper el alba, Maricruz entró sigilosa en la habitación del futuro médico. Pasó con mucho cuidado, sin decir nada, caminando silenciosamente, deslizándose por la habitación como un fantasma, como una encantada. El único sonido que acompañaba sus movimientos lo producía el albornoz al rozar su piel desnuda. Y sin embargo, ese sonido tan débil, casi inaudible, despertó al muchacho. Aunque puede que su madre sólo le sacara de la duermevela en que se acunaba, esperándola como si estuviera en la superficie de un mar en calma, entre masas de algas levemente movidas por las olas.
    
    Moisés no se movió, no pestañeó siquiera. La confiada mujer que se lo había enseñado todo se acercó, se quitó el albornoz despacito, y vacilando apoyó la rodilla doblada en el borde de la cama. Él la observó por debajo de las pestañas casi cerradas, fingiendo que aún dormía.
    
    La señora acarició la incipiente erección, se mordió la comisura de la boca con frenesí, y se subió con cuidado al colchón, encima de él, apretándole entre sus muslos. Apoyada en los brazos le rozó ligeramente el rostro con unos cabellos que olían a frambuesas. Decidida e impaciente, se inclinó, tocó sus ...
    ... párpados con la punta dura de sus pechos, después sus mejillas, su boca.
    
    Él dejó al fin de hacerse el dormido y sonrió, asiéndola por los hombros con un movimiento muy lento y cuidadoso, delicado a pesar de la potencia que habían adquirido sus músculos con el paso de los años. La vio erguirse, huir resplandeciente de sus dedos, difuminado su brillo en la nebulosa del amanecer. Moisés no se movió, sólo mantuvo la presión de ambas manos, impidiéndole suavemente cambiar de posición. Pero ella, con un decidido movimiento de cadera, le exigió respuesta.
    
    Él respondió, irguió su miembro sin tocarlo y halló el camino. Ella se estremeció al sentirle entrar, abrirla, resbalar hasta llenarla por completo. Echó la cabeza hacia atrás y jadeó de conmoción y alivio. Su muchacho era ya todo un hombre.
    
    Su madre estaba destemplada, sentía su piel fría, pero sus pechos seguían sorprendentemente firmes para la edad que iba teniendo. Puede que tuviese que agradecérselo precisamente a él, que no perdía ocasión de masajearlos y ponérselos duros cada vez que volvía a casa por vacaciones.
    
    Los ojos de Moisés la contemplaron cuando fue acercando su rostro. Sus ojos eran en verdad grandes y oscuros, como los de aquel héroe mitológico. Poco a poco, el balanceo sumergió a ambos en un mar que se agitaba, húmedo y cadencioso, ahogándolos de felicidad.
    
    Referencias:
    
    — “Una maestra rural”, de Egarasal.
    
    — “David Copperfield”, de Charles Dickens
    
    — “Maricruz”, película (2023).
    
    — “El último ...