1. La viuda y el muchacho


    Fecha: 04/05/2025, Categorías: Incesto Autor: AlbertoXL, Fuente: TodoRelatos

    ... mis dedos el magnético aroma que emanaba de su piel, y froté su braguita como si fuese la lámpara de Aladino. Maricruz palpó mis músculos como si los acabase de descubrir, agarrándome con firmeza.
    
    Volvimos a besarnos, a abrazarnos, a sentir confianza y seguridad mutuas. Respiramos en el aliento ajeno como dos adolescentes, y nos acariciamos hasta reconocer lo que significábamos en aquel instante el uno para el otro.
    
    — Será mejor que acabes de desnudarte —dije con voz entrecortada—, sino quieres que te arranque la ropa.
    
    La cara de Maricruz se iluminó como el sol de la mañana. Se deshizo del suéter y yo, que me estaba bajando los jeans, al ver el precioso sostén de encaje que se había puesto para venir a limpiar a mi casa, me abalancé sobre ella. Caímos aparatosamente en la cama. Rodamos, pugnamos por quedar encima, y así nos enfrascamos en una ardiente y cariñosa batalla por lograr la posición dominante.
    
    Tras lograr deshacerme de su suéter, me senté a horcajadas sobre ella y la besé de forma dulce mientras ella me correspondía gustosamente. Mordí el tirante de su sostén y se lo bajé despacio, mirándola con lascivia. Mi torso rozó la punta de sus pezones, estableciendo un contacto físico que hizo fluir la energía entre ambos.
    
    Más tarde, cuando nos hubimos saciado, me propuse revelar la verdad, esbozar mi plan para que ella misma enseñase a Moisés, poco a poco, los secretos del amor. Hacerlo implicaba arriesgarlo todo a una sola carta, pero afortunadamente ...
    ... Maricruz me escuchó con atención, sin dejar de asentir, mostrando su conformidad con ser la sacerdotisa que instruyera a Moisés hasta convirtirlo en el mejor de los amantes.
    
    Una hora después me ofrecí a vendarle los ojos, como si en la habitación de al lado hubiera realmente uno de mis amigos en vez el muchacho adolescente que tenía en acogida. Moisés y yo nos desviamos por un camino incierto, poco transitado, del cuerpo de Maricruz. Gracias al sacrificio de su madrastra el chico iba a recibir una valiosa lección que le serviría para toda la vida.
    
    — Moisés, tienes que respetar a las mujeres. A todas. Sin excepción. Siempre —quise enfatizar—. Pero hoy vas a perderles el miedo. Dame la mano.
    
    Se la coloqué sobre el pecho de Maricruz, no piel con piel, sino por encima de la blusa precariamente abotonada. Pudo sentir al fin, de primera mano, la tiesura de los pezones con que había fantaseado desde el día que conoció a la mujer que cuidaría de él en adelante.
    
    Todo sucedió bien, sin incidentes, gracias a que nuestra musa era una mujer fabulosa que compensaba su falta de experiencia con audacia y decisión. Mención especial merece el trance que le supuso tener dos pollas entrando y saliendo de forma sincronizada, al compás, haciéndola gimotear desconsoladamente, temblorosa y afligida, empujándola a engarzar uno tras otro una ristra de delirantes orgasmos.
    
    Maricruz, ya sin pañuelo, clamó al sentir el pollón de su chico entrar en erupción e inundar su sexo de gozo, el magma ...
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