1. El morbo de lo incorrecto: Mis fantasías tuyas


    Fecha: 11/05/2025, Categorías: Infidelidad Autor: aSeneka, Fuente: TodoRelatos

    ... me abraza. Yo me pliego contra su cuerpo sudoroso. Respiramos todo el aire de la habitación intentando recuperar el aliento.
    
    —Estás loca —murmura.
    
    —Y por eso me quieres tanto.
    
    — · —
    
    Los tacones me hacen difícil caminar. Un cliente se para frente a mí, señalándome con el dedo. Por encima del corpìño asoman las areolas de mis pezones que no lo dejan indiferente.
    
    —¿Cuánto? —pregunta.
    
    No se lo digo. Mario quiere que antes flirtee con él. Por el pinganillo chiva las frases que yo repito. Le enseño mi cuerpo lo justo para conseguir que se le ponga dura. Ese es el final del juego y al momento, lo despacho rápido.
    
    Para los más babosos tenemos otro juego, a ver cuánto son capaces de ofrecer.
    
    Un coche para junto a mí y me apoyo en su ventanilla. Reconozco al conductor en cuanto se quita las gafas.
    
    Es el presidente de la empresa para la que trabajo. Más de 2.000 empleados por todo el país. Nunca hubiera imaginado que fuera otro putero de corbata de seda y comida vegana. Me mira complacido cuando ve mi escote. Correspondo con el mismo gesto y señalo su anillo de casado.
    
    —Después tendrás que ir a confesarte.
    
    —Vengo de misa —me explica.
    
    —Muy bien, pero lo haces al revés. El perdón viene detrás del pecado.
    
    —Invierto en perdones antes de venir. Tengo para varios jueves.
    
    Me hace sonreír, tiene tablas, por algo es el presidente.
    
    —¿Y tú? —dice señalando el mío.
    
    —La crisis —le explico—. Y mi marido y mis hijos, que tienen la mala costumbre de ...
    ... comer todos los días.
    
    —¿Y él sabe que estás…?
    
    —Claro —contesto segura de mí misma—, es mi chulo. Para que no me pase nada con los puteros en coche de lujo, son los más peligrosos —explico con sorna.
    
    Aparto mi melena sintética para que vea el pinganillo y señalo el coche desde donde Mario nos mira. Él traga saliva, empiezo a ser yo quien mueve los hilos.
    
    Flirteo marcando distancias cada vez más cortas hasta que me pide subir al coche. Antes hago que me la enseñe. Es grande, es gorda y, lo más importante, la tiene dura.
    
    Esa es la señal para darle suela. Sin embargo me resisto y alargo la conversación. Me apetece, quizás por su voz grave o por ese porte de gentleman que solo poseen unos pocos. Me recuerda a alguien, no sé.
    
    Le pregunto cosas de su mujer y de sus hijas. Es interesante lo morbosa que resulta la aburrida vida de algunos. Mario se alarma cuando ocupo el asiento del copiloto.
    
    —Dime tu nombre.
    
    —Prefiero no decirlo.
    
    —Yo me llamo Arturo.
    
    —No, Arturo se llama mi padre, tú te llamas Gustavo.
    
    Se queda helado y, por un momento, sopesa la idea de echarme el coche. Debe pensar que me envía su mujer.
    
    —Aunque no lo creas, trabajo para ti —le digo.
    
    Y no me cree… hasta que le canto los nombres de los jefes de zona. Se pasa la mano por la barbilla sopesando, evaluándome.
    
    —Te lo he dicho, la crisis. Tenemos deudas —explico.
    
    —¿Y dónde…?
    
    —Lejos, varios niveles por debajo de ti. Tampoco dependo de ningún departamento de los que controla tu ...
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