1. Seducida por el verdulero (1)


    Fecha: 21/09/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Alma Carrizo, Fuente: CuentoRelatos

    ... corre gritando mi nombre… aunque sea en sueños?
    
    —¡José! —espeté, empujándolo apenas con la mano en su pecho, que estaba caliente bajo la tela gastada de su remera—. No digas esas cosas.
    
    —Es solo una pregunta, doñita… —sonrió él.
    
    Me alejé, pero no lo suficiente para que no me llegara el perfume terroso de su piel.
    
    El miércoles lo encontré en el pasillo. Venía con cajas sobre los hombros, sudado, con la camiseta pegada al torso. Me clavó esos ojos oscuros.
    
    —¡Mi doñita favorita!
    
    —No me digas doñita.
    
    —Bueno… Alma. Pero es que me gusta cómo suena “doñita” en mi boca —dijo, mirándome fijamente los labios.
    
    Rodé los ojos.
    
    —Sos imposible.
    
    —Y vos sos irresistible —me lanzó, casi sin espacio entre nosotros.
    
    Por un instante, me quedé mirándolo. Sus pestañas eran largas, polvorientas. Su boca estaba reseca, como la de alguien que trabaja al sol, y eso me provocó una punzada absurda entre las piernas.
    
    —José… —empecé, con voz más suave—. No me busques problemas.
    
    —Los problemas ya los tiene, Alma —dijo, clavándome la mirada—. Solo que no quiere admitirlo.
    
    Esa noche, me decidí a intentar algo con mi marido. Me puse un baby doll negro, casi transparente, con puntilla en el borde.
    
    Me metí en la cama y deslicé la mano bajo la sábana hasta encontrarlo. Estaba de espaldas, revisando el celular.
    
    —¿Tenés que trabajar esta noche? —pregunté, suave.
    
    —Mmm… no sé… mañana tengo que madrugar —dijo él, sin mirarme.
    
    Le bajé el celular, obligándolo a ...
    ... mirarme. Le di un beso, con lengua, empujándome contra él. Sentí que se le endurecía un poco bajo el pantalón de pijama.
    
    —Podríamos aprovechar… —dije, bajando mi mano y frotándolo suavemente.
    
    Suspiró.
    
    —Bueno… dale… pero rápido —respondió, ya con tono resignado.
    
    Me subí sobre él, moviendo las caderas. Al principio, me agarró de las tetas y me besó el cuello. Cerré los ojos, queriendo imaginar que era José el que me sujetaba.
    
    Pero apenas empezó a entrar y salir, él gimió dos veces, se puso tenso y terminó.
    
    —Uf… perdón, estoy reventado… —murmuró, saliéndose enseguida.
    
    Me quedé arriba suyo, con el calor palpitando entre mis piernas y una mezcla de rabia y vacío en el pecho.
    
    —¿Podés al menos…? —empecé a decir, bajando la mano hacia mi sexo.
    
    —Mañana, Alma… mañana, te juro… —dijo él, girándose para darle la espalda.
    
    Me tumbé a su lado, sintiendo las lágrimas picarme detrás de los párpados. Tenía la bombacha pegajosa, pero seguía caliente, casi furiosa de deseo. Cerré los ojos e, inevitablemente, pensé en José.
    
    El viernes, José volvió a aparecer en la oficina, con unas bolsas enormes de zapallitos. Llevaba la remera blanca mojada de sudor, marcándole los pezones duros.
    
    —¡Buen día, guapa!
    
    —Buen día, José… —dije, esta vez con menos severidad.
    
    Él me miró, sorprendido.
    
    —Mirá vos… hoy me saludás lindo.
    
    —Hoy estoy de buen humor —dije, acomodándome el pelo.
    
    —¿Y eso? ¿Tu marido se portó bien anoche? —preguntó con descaro.
    
    Lo fulminé con la ...
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