Umbral III – El Cuerpo Vacío
Fecha: 25/09/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: GRQ, Fuente: TodoRelatos
... mano en señal de aceptación.
El silencio empezaba a pesar. Pero no dolía.
Era otro lenguaje.
Uno que Bruno le había enseñado a leer.
A las 11:43, alguien le preguntó por un ejercicio. Sofía lo resolvió con la mirada, con las manos, con la expresión. El compañero frunció el ceño, pero no insistió.
A las 13:00, almorzó sola.
Cada vez que sentía el impulso de decir algo, de responder, de justificarse… miraba el anillo.
Y lo dejaba hablar por ella.
Ese cuero trenzado era más que una orden.
Era un sello invisible que le decía al mundo: “No me pertenece mi voz. Porque hoy… soy otra cosa.”
Por la tarde, al salir, el móvil vibró.
Mensaje de Bruno:
«Estás haciéndolo bien. Ahora vas a ir a tu tienda de té favorita. Vas a pedir uno con una nota escrita. No dirás una palabra. Y lo beberás ahí. En silencio. Con la cabeza baja. Y el colgante sobre el pecho.»
Sofía tembló.
Pero no dudó.
Media hora después, estaba en la mesa del rincón. El colgante —Arcos— colgaba por fuera de la blusa, visible, apoyado entre los senos. El té llegó con una nota a un costado.
Ella la abrió.
Una sola línea, escrita con su letra.
Porque Bruno la había escrito por ella, antes.
«Cuando no hablo… me oyes más.»
Sofía bajó la cabeza.
Y se dio cuenta de que el silencio no era ausencia.
Era reverencia.
Era entrega sin explicación.
Eran las 21:02.
Sofía caminaba de regreso a casa. El aire era tibio, pero húmedo. La ciudad tenía ese zumbido ...
... eléctrico que se siente cuando algo está a punto de pasar. La calle estaba casi vacía. Solo el ruido de sus pasos, y el colgante —Arcos— golpeando suavemente contra su pecho al andar.
Llevaba catorce horas sin pronunciar una sola palabra.
La garganta no dolía. Pero la voz… pesaba. Como si esperara su turno detrás de los labios. Como si obedeciera, también, aunque sin comprender por qué.
Al llegar al portal, un vecino la vio desde la acera.
—¿Sofía? ¡Eh! Se te ha caído esto antes —dijo, corriendo hacia ella con una tarjeta en la mano.
Sofía giró. Lo miró. Reconoció la tarjeta: era de una tienda, la había metido en su bolso esa mañana.
Él se acercó.
—¿No me oyes? Es tuya, ¿no?
Ella asintió.
Él sonrió. Extendió la mano.
—Pues dímelo, mujer. Un “gracias” no mata.
Y ella, sin pensar, respondió:
—Gracias.
Solo una palabra.
Solo una.
Y fue como romper el vidrio más fino del mundo.
El vecino se fue. Nada extraño ocurrió.
Pero Sofía… lo supo en cuanto cerró la puerta de casa.
Se quedó quieta en el recibidor.
Una palabra.
Una sola sílaba.
Y la obediencia perfecta del día… se había abierto por la costura más humana: el impulso.
Tomó el móvil.
Ya lo esperaba.
Mensaje de Bruno, enviado a las 21:07:
«Te oí. Aunque no estaba. Y como abriste la boca sin mi permiso… Ahora abrirás el cuerpo sin buscar placer. Prepárate. Luz tenue. Desnuda. Rodillas abiertas. Y boca cerrada. Hasta que yo diga lo contrario.»
Sofía tragó ...