¡La Concha de mi Hermana! [08]
Fecha: 27/09/2025,
Categorías:
Incesto
Autor: Nokomi, Fuente: TodoRelatos
... sí. Te lo voy a decir igual. Para que no parezca algo peor… —respiró hondo, y me miró de reojo, entre los dedos—. Es el dildo. Decidí probar con uno de esos preservativos texturizados… no sé, me dio curiosidad. Pero…. lo puse mal. Quedó adentro.
Tragué saliva.
—Ah…
—No digas nada —pidió, escondiéndose más—. Por favor. Ahora hasta la vecina se enteró. Quiero morirme.
Giré un poco la cabeza hacia Paula, como esperando alguna reacción. Pero ella se mantenía impasible, tranquila, como si le estuvieran contando que se rompió un cierre o se corrió una media.
—No te preocupes —dijo, acercándose a Katia con tono sereno—. Son cosas que pasan. No sos la primera ni vas a ser la última. Yo te ayudo.
—¿De verdad? —Preguntó Katia asomando un ojo entre sus dedos.
—Obvio. Además… yo también le pongo preservativos texturizados a mis dildos —Paula le guiñó un ojo—. Si alguna vez se me llega a quedar uno adentro, me vas a devolver el favor.
—Obvio, si… —asintió rápidamente con la cabeza—. Sos muy buena, Paula. Gracias…
—¿Querés algo para tomar? —pregunté, con la voz un poco más alta de lo necesario. Necesitaba una buena excusa para salir de allí lo antes posible—. Por la molestia. Digo. Por haber venido hasta acá.
Paula se giró despacio, con una sonrisa apenas ladeada, y me miró por encima del hombro. La camiseta blanca se le pegaba a la espalda por el calor, revelando el contorno de la línea del sujetador… o más bien, su ausencia.
—Unas cervezas bien frías ...
... serían ideales.
—Dame diez minutos.
Cerré la puerta detrás de mí, y salí con paso rápido. Como si el aire del pasillo pudiera aclararme la cabeza.
Bajé por el ascensor con las llaves en la mano, todavía envuelto en esa nube de desconcierto. No entendía del todo por qué me sentía tan nervioso. Paula había sido amable. Katia necesitaba ayuda. Todo estaba bien. Todo era razonable.
Y sin embargo, el peso de algo inusual latía en mi pecho.
Compré las cervezas en el kiosco de la esquina. Me aseguré de que fueran bien frías. Caminé de vuelta apretando las botellas con las manos, el vidrio sudado, el frío filtrándose en las palmas.
Subí. Entré. La puerta del cuarto de Katia estaba cerrada.
Golpeé con los nudillos, apenas.
—¿Puedo pasar?
No hubo respuesta. Solo un sonido. Un ruido apagado. Como algo húmedo. Rítmico.
Empujé la puerta.
La imagen me golpeó como una ráfaga de calor seco.
Paula estaba de rodillas entre las piernas de Katia. Su cabeza se movía con un ritmo lento, deliberado. Una mano en el muslo, la otra apoyada en la cama. La camiseta blanca arremangada sobre la cintura. Su tanga bajada hasta los muslos. Se estaba metiendo dos dedos en la concha. Sin prisa, pero sin pausa. Katia tenía la espalda arqueada, las piernas abiertas, la cabeza reclinada hacia atrás.
Y los ojos puestos en mí.
No dijo nada. No gritó. Solo me miró. Como si no supiera qué estaba pasando. Como si no pudiera explicarlo. Estaba jadeando, la boca entreabierta, los ...