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La pijamada de mi hija
Fecha: 30/10/2025, Categorías: Fantasías Eróticas Autor: Perverx, Fuente: SexoSinTabues30
... rostro relajado contrastaba con la agitación que sentía por dentro. Me desvestí por completo y me metí en la cama, tratando de no despertarla. El olor a alcohol y a mi propio semen aún me rodeaba, un recordatorio nauseabundo de lo que había hecho abajo. Me quedé mirando el techo en la oscuridad, el corazón latiendo con fuerza. El sueño no llegaba. Mi mente era un torbellino de imágenes fragmentadas, de sensaciones confusas. No sentía culpa. Lo repito. No había arrepentimiento genuino. Solo una especie de… vacío. Una conciencia fría de haber cruzado una línea, de haber entrado en un territorio oscuro y desconocido. Y en algún lugar profundo de mi ser, una semilla de excitación perversa comenzaba a germinar de nuevo, alimentada por el recuerdo de la sensación, por la impunidad de mis actos. La noche había sido larga, pero mi apetito, lejos de saciarse, parecía haberse multiplicado. Y sabía, con una certeza escalofriante, que esta no sería la última vez. La noche me había mostrado una parte de mí que no conocía, y ahora, esa parte tenía hambre. Me levanté de la cama con la misma cautela de un ladrón en la noche. Laura seguía dormida, su respiración suave y regular. Salí de la habitación en silencio y bajé las escaleras, moviéndome con una agilidad sorprendente para mi estado. Al llegar al living, la tenue luz del unicornio seguía iluminando la escena. Las niñas dormían en la misma posición, ajenas a mi presencia. Me detuve un momento, observándolas en la ...
... penumbra. La calma en sus rostros contrastaba con el torbellino que se agitaba dentro de mí. Me acerqué a la niña que había estado observando antes, la rubia de pelo rizado. Dudé una fracción de segundo, no por remordimiento, sino por una especie de… estrategia. Quería verla mejor, entender qué era lo que había despertado esa extraña fascinación en mí. Con movimientos lentos y deliberados, me arrodillé a su lado. Extendí la mano y tiré suavemente de la manta rosa que la cubría. La tela se deslizó sin hacer ruido, revelando su pequeño cuerpo en pijama de algodón con dibujos de conejitos. Era menuda, incluso para su edad. Calculé que debía tener unos siete años, quizás ocho como mucho. Su piel era blanca, casi translúcida bajo la luz tenue. Se le marcaban ligeramente las costillas al respirar. Su rostro era dulce, con una nariz pequeña y respingona y unos labios finos y rosados ligeramente entreabiertos. Las pestañas rubias descansaban sobre sus mejillas, creando pequeñas sombras. Un mechón de pelo rizado le cubría parte de la frente. Sus brazos delgados estaban extendidos a ambos lados de su cuerpo, las pequeñas manos cerradas en puños. Sus piernas, cubiertas por el pantalón del pijama, parecían delicadas y frágiles. La observé detenidamente, recorriendo cada detalle de su cuerpo con la mirada. No había malicia en su rostro dormido, solo la inocencia despreocupada de la infancia. Y esa inocencia, de alguna manera retorcida, era lo que me atraía, lo que encendía esa ...