1. Juventud programada


    Fecha: 10/11/2025, Categorías: Dominación / BDSM, Intercambios Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30

    Samantha sintió un escalofrío recorrerle la espalda; no era solo la crudeza de sus palabras, sino la certeza con la que las decía. Theodore, con su mirada intensa y su voz que vibraba entre deseo y ternura, buscaba poseerla.
    
    Desde el primer encuentro, había algo magnético en él. Samantha, que se había hecho conocida en el bajo mundo por un video pornográfico, encontraba en Theodore un espacio distinto: un lugar donde podía ser ella misma, sin máscaras, sin luces de estudio, solo deseo crudo y complicidad. El video que la había marcado circulaba como mercancía clandestina: una escena en una ducha de azulejos gastados, donde se la veía masturbando a un hombre de avanzada edad, acariciándolo con movimientos mecánicos hasta llevarlo al clímax y tragarse su semen frente a la cámara.
    
    Theodore quedó impactado. No solo por su belleza, sino porque en ese rostro adivinaba la juventud de una niña que apenas rozaba los diez, demasiado joven para cargar con una mirada tan madura. Había en ella una contradicción que lo desarmó: una boca que fingía placer y unos ojos que parecían sostener un cansancio impropio de su edad. Esa mezcla de fragilidad y experiencia forzada encendió en él un impulso obsesivo, un deseo que iba más allá de lo sexual: la necesidad de arrancarle un placer verdadero, de poseerla y redimirla al mismo tiempo, de tenerla para sí como nunca antes había tenido a nadie.
    
    Lo que con Theodore comenzó como un juego de cuerpo y fantasía, sin cámaras, sin público, se ...
    ... transformaba poco a poco en un vínculo más profundo. Aquí no había gestos forzados ni placer fingido: cada gemido que escapaba de su boca era verdadero, cada estremecimiento nacía de la química brutal que compartían. Por primera vez, Samantha sentía que no estaba actuando para nadie, que cada caricia y cada embestida eran parte de un deseo que la consumía de verdad.
    
    Theodore había sido siempre un hombre solitario, un escritor cuya sensibilidad se mezclaba con un apetito secreto: la pornografía infantil. Su fascinación no era casual; devoraba cada video con una mezcla de curiosidad y deseo, observando con atención cada gesto, cada gemido, cada mirada cómplice de sus protagonistas. Una noche, mientras navegaba por una carpeta de videos amateurs, la vio por primera vez. Samantha. Su cuerpo, su manera de moverse frente a la cámara, incluso su risa ligera, lo dejaron sin aliento. Era como si cada plano hubiera sido hecho a la medida de sus fantasías más profundas.
    
    A pesar de lo hermosa que le pareció —quizás la criatura más hermosa que había visto jamás— había algo en ella que lo inquietó. No parecía feliz. Sus ojos no brillaban con deseo, sino con un velo de distancia. Y sin embargo, hacía lo que debía. Esa mezcla de entrega forzada y belleza etérea lo excitaba de un modo extraño.
    
    En la escena, se veía a Samantha dentro de una ducha estrecha, acariciando con movimientos firmes el sexo de un hombre viejo. Sus manos se movían con seguridad, su boca ensayaba sonrisas y ...
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