Capítulo 10: amistad y sumisión - Relatos Eróticos

Capítulo 10: amistad y sumisión

... mente.

Cuando por fin salieron del parque, Claudia sacó su teléfono. Con dedos temblorosos, abrió la aplicación de mensajería. Envió el video.

Una prueba más. Otra forma de ser manipulada.

Una puerta más cerrada. Otra que se abría.

Y Claudia supo, con certeza, que estaban cerca del límite.

Claudia caminaba como si estuviera escapando de sí misma. Con la cabeza gacha, los brazos cruzados sobre el pecho, como si necesitara contenerse, como si su cuerpo ya no le perteneciera y tuviera que aferrarse a lo poco que aún quedaba. El vestido azul, ahora ajado, se pegaba a su piel con la humedad del sudor y el olor al cesped, pero no era el frío de la mañana lo que le erizaba la piel. Ni siquiera el miedo. Era la sensación de haber cruzado un límite del que no se vuelve igual.

El plug seguía allí. Metido. Clavado. Como un clavo en su dignidad. Como una marca invisible de que ya no era libre. Lágrimas caían sin permiso. No gritaban. No temblaban. Solo caían. Silenciosas. Constantes. Como el latido de su coño aún hinchado por el placer que no quería haber sentido. Como el eco de sus gritos, que ahora resonaban en su mente como si no hubieran sido suyos.

Mariana caminaba a su lado en silencio. Con la falda mal abrochada, las bragas en el bolsillo del abrigo y la humedad aún entre las piernas. No lo diría en voz alta. No ahora. No cuando Claudia estaba hecha pedazos. No cuando la culpa de haber sentido placer viéndola era una herida que no podía limpiar. Pero ...

... también sabía que, en medio de toda esa mierda, algo había cambiado. Entre ellas. La amistad había crecido. No por el sexo. No por la humillación. Por la verdad. Por la entrega. Por el miedo compartido.

—Claudia —dijo por fin, deteniendo sus pasos—. Estoy aquí. Pero tienes que saber que ya hay mucho.

Claudia no levantó la mirada.

—¿Mucho qué?

—Mucho con qué Javier te destruya. Videos. Fotos. El plug. La grabación del parque…

Claudia cerró los ojos.

—Lo sé.

—No creo que lo sepas del todo. Si le envía eso a Daniel… si lo sube a internet… si se lo muestra a tus padres…

—¡Lo sé! —gritó, con la voz rota—. ¡Joder, Mariana, lo sé!

Pero no era enojo. Era dolor. Era impotencia. Era miedo. Era la certeza de que ya no había vuelta atrás.

Mariana no se asustó. No se alejó. No la juzgó. La abrazó fuerte, como si con eso pudiera sostenerla. Como si pudiera decirle sin palabras: "No estás sola. No estás loca. No estás muerta."

—¿Y si… le digo todo a Daniel? —dijo Claudia, con voz baja—. ¿Y si simplemente le digo la verdad?

Mariana tragó saliva.

—¿Crees que te entendería?

Claudia negó con la cabeza.

—No sé siquiera si alguien podria entende resto... tal vez antes pero ahora

—¿Por qué no mee ha pedido ser su novia?

—¿Por qué no me toca como… como hoy me toqué yo?

Las palabras le quemaron la lengua. Le quemaron los labios. Le quemaron el alma.

Mariana la miró. Ya no era la Claudia decidida, la que sabía lo que quería, la que nunca se dejaba ...