1. El confidente de mamá// Cap. 9


    Fecha: 17/12/2025, Categorías: Incesto Autor: JOS LIRA, Fuente: TodoRelatos

    ... gruesos y tersos, se separaron en un óvalo irregular, dejando al descubierto los labios menores, arrugados, empapados, que temblaban con cada respiración agitada.
    
    El interior, rosado y brillante, goteaba chorros espesos de semen blanco, un río viscoso mezclado con sus jugos claros que brotaba en pulsos lentos, resbalaba por los pliegues, formaba hilos pegajosos que colgaban como telarañas antes de caer en gotas pesadas sobre la sábana.
    
    El corte brasileño, empapado, enmarcaba el desastre, los vellos oscuros relucían con la mezcla cremosa, algunos pegados a la piel aceitunada por el sudor y el fluido.
    
    —¡Diooos… que rico, que ricoooo, me dejaste rellena, papi! —le dijo mamá con una perversa sonrisa que me dejó con los huevos hormigueándome.
    
    El clítoris, hinchado, sobresalía como un botón expuesto, brillando con restos de jugos, palpitando débilmente. Más arriba, el ano, apretado y oscuro, latía, un anillo liso rodeado de piel morena que relucía con gotas de sudor, como si aún reaccionara al frenesí.
    
    —¡Ohhhh… me sigue palpitando! —decía mamá.
    
    El olor a flujos vaginales, terroso, con un toque metálico del semen, impregnó el aire, un aroma denso que me mareó, mientras el charco en la sábana crecía, un lago viscoso que capturaba la luz en reflejos sucios.
    
    ***
    
    Salí del cuarto con el corazón a punto de reventarme el pecho, mis pasos temblaron en el pasillo, fui por mi mochila y luego salí del cuarto.
    
    Bajé las escaleras a trompicones, crucé la puerta de la ...
    ... casa y me lancé a la calle, el sol de la tarde me quemó la piel, pero no tanto como la imagen que llevaba clavada en la cabeza: mi madre, a cuatro patas, el culazo abierto, la vagina chorreando los jugos del abuelo mientras gritaba como puta.
    
    La sed me raspó la garganta, el semen seco en mi pantaloncito se pegó a mi piel, una marca pegajosa que me hizo bajar la mirada, avergonzado, mientras caminaba sin rumbo por las calles del barrio.
    
    No sabía a dónde iba, solo necesitaba huir, alejarme de ese cuarto donde todo lo que creía de mi madre se había hecho pedazos.
    
    Luego, más tarde, con los nervios de punta, regresé a casa a la hora de siempre.
    
    Entré, y allí estaba ella, mi madre, vestida como la ama de casa de siempre, un delantal de flores anudado a la cintura, removiendo un guiso en la cocina, el olor a comino y tomate llenando el aire.
    
    Me miró con esa sonrisa dulce, la misma que me ponía cuando me miraba, sus ojos avellana brillaron con cariño maternal, como si nunca hubiera aullado vulgaridades bajo la verga del abuelo Agustín, como si no hubiera chorreado semen y jugos en la cama donde dormía con papá.
    
    La transformación de mi sacrosanta madre me dejó sin aire, me quedé parado en la puerta, mudo, mientras ella me decía:
    
    —Nandito, mi cielo, que bueno que ya llegaste, trae a tu hermanito, está en el cuarto, y luego ve a lavarte las manos, porque la comida ya está.
    
    No pude responder, solo asentí, mis piernas pesaban como plomo.
    
    Me sorprendí al verla tan ...
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