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Ciudad Caliente (1)
Fecha: 18/12/2025, Categorías: Grandes Series, Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos
... y se internó en la cocina. En el sofá, Aldo se estiró, cruzando las piernas y dejando que la cabeza le reposara en el respaldo. Miró a Isabel, que parecía cansada pero feliz. —Tienes una hija increíble —dijo, la voz suave, casi confidencial. —Y difícil —admitió Isabel—. Pero sí, es mi orgullo. Aldo sonrió, y por primera vez en la noche, dejó caer la máscara de líder y se mostró vulnerable. —Se nota que la quieres mucho. —Más que a nadie en el mundo —respondió Isabel, y, por un instante, sus ojos se humedecieron. La medianoche llegó sin estridencias. Los últimos ecos de la fiesta se apagaron en las paredes recién pintadas del departamento, y en el aire quedó flotando la promesa de una noche que aún podía torcerse en cualquier dirección. En las habitaciones, los gemelos roncaban como osos hibernando. En la sala, los adultos jóvenes—y no tan jóvenes—se miraban, calibrando las fuerzas que les quedaban para mantener la noche viva. Constanza se movía entre los despojos con eficacia militar, apilando platos de cartón en una mano y levantando botellas vacías con la otra. Había perfeccionado el arte de limpiar sin mirar a nadie, como si borrar la evidencia de la fiesta la ayudara a controlar el caos inevitable de la vida. Aldo, Marcos y Santiago la miraban desde el sofá, todavía instalados con la confianza de quien sabe que es imposible echarlos sin causar un incidente. Hablaban entre sí en voz baja, como cómplices planificando un golpe. —Bueno, se ...
... terminó la función —dijo Constanza, depositando el último vaso en la bandeja—. Ya es tarde, chicos. Deberían irse. La frase quedó flotando, sin eco. Isabel entró en la sala, la cara encendida por el alcohol y los ojos chispeando una alegría absurda. Sostuvo la botella de vino como un trofeo olímpico. —No sean maleducados, Constanza —dijo, con un dejo de reproche juguetón—. Pueden quedarse. Es peligroso andar de noche en esta ciudad. Aldo alzó la ceja, aprobando el gesto. —Escucharon a la señora —dijo, y hundió el cuerpo en el sofá, como si pensara quedarse a vivir ahí. Santiago giró hacia Isabel, la sonrisa de depredador domesticado. —¿Por qué no extendemos la fiesta un poquito más? Apenas son las 12. —Yo debería ir a dormir —dijo Isabel, pero no hizo amago de levantarse—. Mañana tengo que ir al supermercado temprano. —Un ratito nomás —insistió Marcos, y le ofreció a Isabel otro vaso. Constanza quiso protestar, pero Aldo se le adelantó: —Pero igual Connie quiere irse. Supongo que en la provincia las fiestas se terminan temprano, tú no estás acostumbrada —dijo, con el filo exacto para herir. La mandíbula de Constanza se tensó. No quería darle el gusto, pero tampoco iba a dejar que la trataran de cobarde o pueblerina. —No sabes de lo que hablas. —respondió. Isabel se acomodó en el sillón, con la copa entre los dedos, el cuerpo más flojo que de costumbre. Había alcanzado ese estadio de ebriedad donde todo el mundo se vuelve un poco más amable ...