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Ciudad Caliente (1)
Fecha: 18/12/2025, Categorías: Grandes Series, Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos
... sentaron cerca de los gemelos, y en pocos minutos ya compartían historias exageradas y apuestas sobre videojuegos y chicas. Constanza, desde su refugio en penumbra, observó el teatro con un desprecio mal disimulado. Aldo lo notó, y, sin perder la compostura, se acercó hasta ella. —¿Te estás divirtiendo? —preguntó, fingiendo interés genuino. —Muchísimo —respondió Constanza, sin levantar la vista del celular. —Tienes cara de que algo huele a mierda —insistió Aldo, con una media sonrisa. —Así es mi cara —dijo Constanza. Aldo soltó una carcajada seca, casi inaudible, y se dejó caer en el asiento de al lado. —¿Por qué no vienes un rato con nosotros? —propuso—. Tu familia está ahí fuera pasándola bien, y tú aquí escondida. —¿Ahora te preocupas por mí? —dijo Constanza, y ahora sí lo miró de frente, los ojos oscuros retando a los suyos. Aldo asintió, apreciando la hostilidad como quien prueba un vino añejo y reconoce la calidad del ácido. —No te molesto más, entonces. Se levantó y volvió junto a su grupo. Entre los tragos y las rondas de pizza, Diego fue el primero en cruzar la línea del descontrol. A las once, ya hablaba a gritos, le decía a Isabel que era la mejor madre del mundo y abrazaba a Aldo como si fueran hermanos de sangre. Marcos y Santiago lo animaban, llenándole el vaso y aplaudiendo cada deslizamiento de lengua en las anécdotas cada vez menos coherentes. La música bajó de volumen y se escuchó un estruendo de risas proveniente del ...
... balcón. Diego y Matías regresaron tropezando, el primero con la camisa abierta y el segundo tambaleando, los dos con los ojos desbordados de alcohol y el orgullo absurdo de quien ha sobrevivido a una guerra inventada. Isabel los interceptó en el pasillo y, con la suavidad de siempre, los encaminó hacia su cuarto. —Ya, chicos, suficiente por hoy —dijo. —Mamá, eres lo más —balbuceó Diego, abrazándola con la fuerza de un náufrago—. Te juro que nunca voy a tomar de nuevo. Lo juro. Isabel rio y lo soltó, acomodando a los dos sobre la cama. Les acarició la cabeza y cerró la puerta con un suspiro, aliviada de que al menos los desmanes habían sido controlados. De vuelta en la sala, la fiesta ya había comenzado a disolverse. La mayoría de los vecinos se había marchado, dejando tras de sí el olor a perfume barato y colillas de cigarrillo en las macetas del balcón. Solo quedaban Aldo, Marcos, Santiago, Isabel y Constanza, que ahora compartían el espacio con una intimidad incómoda. Isabel se dejó caer en el sofá, la copa medio vacía aún en la mano. El maquillaje se le había corrido apenas, pero en sus mejillas brillaba el rubor cálido del vino. —Creo que fue un éxito —dijo, mirando a Constanza con ternura—. ¿Ves? No estuvo tan mal. Constanza bufó, pero no dijo nada. Se levantó, tomó una servilleta y empezó a juntar los vasos y platos dispersos. Marcos y Santiago se ofrecieron a ayudar, pero ella los despachó con un gesto rápido. —Déjenlo, yo me encargo —dijo, ...