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Ciudad Caliente (1)
Fecha: 18/12/2025, Categorías: Grandes Series, Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos
... piernas abiertas, la respiración desordenada y el corazón golpeando con rabia muda. Llevó la mano entre las piernas, palpó la humedad y el rastro tibio de su marido dentro de ella. Cerró los ojos y, durante un minuto eterno, se permitió sentir el vacío exacto de su vida. Después se cubrió con la sábana, abrazando el perfume agrio del sexo y la resignación. Durmió profundo, con el cuerpo exhausto y la mente en blanco. El lunes siguiente amaneció con un viento gélido y una fila de nubes negras cubriendo el este. En medio del caos doméstico, un pequeño incidente alteró el equilibrio: el almuerzo de Alfonso, olvidado sobre la encimera, justo al lado del termo de café. Isabel vio el táper abandonado y, por reflejo, lo acomodó dentro de una bolsa térmica. Miró el reloj—apenas pasaban las 9—y calculó que podía llevárselo a la fábrica antes del mediodía, al fin y al cabo, no había mucho que hacer ese día en casa. A las diez y cuarto, Isabel tomó un colectivo repleto de obreros y estudiantes rumbo al otro lado de la ciudad. El paisaje mutaba en escalas de gris: edificios bajos, talleres improvisados, montañas de chatarra oxidada. La fábrica de automóviles donde trabajaba Alfonso era un monstruo de acero y vidrio, con chimeneas que escupían vapor y un portón de ingreso más digno de un penal que de una planta industrial. En la garita de recepción, un guardia la miró de arriba abajo con aire de resignación. —¿A quién viene a ver? —dijo, sin molestarse en ...
... sonreír. —A mi esposo. Alfonso González. Le traigo el almuerzo que olvidó. El guardia consultó una lista, levantó la ceja y marcó un teléfono interno. A los dos minutos, una secretaria bajita y enérgica salió a escoltarla. —Por acá, señora —dijo, conduciéndola a través de un corredor interminable donde cada puerta llevaba a otra dimensión de ruido, grasa y máquinas devorando metales. Isabel siguió a la mujer, sintiendo sobre su piel la mirada de los obreros que se alineaban a los costados de la línea de producción. La mayoría se limitaba a miradas furtivas, aunque alguno soltaba comentarios en voz baja que se perdían en el estruendo. Al final del corredor, la secretaria detuvo el paso frente a una oficina de paredes vidriadas. Alfonso estaba adentro, de pie junto a su escritorio, en medio de una discusión con otro hombre. Apenas vio a Isabel, su gesto cambió de inmediato: la tensión en la mandíbula cedió y los hombros bajaron un par de centímetros. —¿Todo bien? —preguntó Alfonso, saliendo a recibirla. —Te olvidaste esto —dijo Isabel, entregándole la bolsa térmica—. Pensé que ibas a necesitarlo. El otro hombre, alto y de presencia brutal, observó la escena desde la puerta. Debía andar por los cincuenta, el cabello gris cortado al ras, una camisa negra que le tensaba los músculos de los brazos y unos ojos imposibles de esquivar: negros, inteligentes, dueños de cada segundo que concedían a alguien. —Perdón, no quería interrumpir —dijo Isabel, bajando la mirada con ...