1. Clases de Teatro


    Fecha: 27/12/2025, Categorías: Infidelidad Autor: Generico, Fuente: TodoRelatos

    ... y desafiante. Antes de la función, habíamos quedado en que iríamos a su casa a celebrar el éxito a solas. Una promesa que ya no sabía si quería cumplir. Porque mi cerebro me gritaba que me largara, que la dejara allí con su culpa embriagada. Pero otra parte de mí ardía con una necesidad inconfesable. La imagen de ella retorciéndose sobre Daniel, el sonido de sus gemidos, no me producía solo rabia; había despertado una excitación brutal y vergonzante que todavía seguía dentro de mí. Quería follármela. Quería reclamarla, marcar sobre las huellas de otro lo que aún era mío, aunque solo fuera por esa noche.
    
    —Vámonos a casa, ¿vale? —dijo ella colgándose de mi brazo y con su aliento cargado de alcohol—. Te quiero tanto, Lucas. De verdad.
    
    Pero esas palabras ahora mismo no significaban nada para mi. Asentí y la guié hacia la salida. En el taxi, se quedó dormida sobre mi hombro, agotada por el alcohol, los nervios y el sexo previo. Yo miraba por la ventana con una erección dolorosa presionando contra el pantalón. Una vez en su habitación rápidamente nos empezamos a besar. El olor a sexo ajeno impregnaba su piel, sus fluidos secos debían de haber manchado sus bragas. Ella misma debía de haberme detenido para no destapar su infidelidad, pero el alcohol en su sistema y la lujuria en el mío barrieron cualquier obstáculo. El sexo fue genial, el mejor que habíamos tenido en meses. Pero yo no podía ...
    ... desconectar. Con cada embestida, con cada gemido que le arrancaba, mi mente proyectaba la imagen de Dani haciéndolo solo horas antes. ¿Estaría más húmeda por él? ¿Gemía igual o más cuando lo hizo con él? La idea, en vez de paralizarme, me electrizó. Era un morbo enfermizo, una posesividad retorcida que me empujaba a hundirme más profundamente en ella, como si pudiera borrar al otro con mi propio cuerpo. Me corrí con un gruñido ronco, un espasmo intenso que fue tanto de placer como de autodesprecio.
    
    A la mañana siguiente, la luz del día entró a raudales por la ventana, iluminando las prendas esparcidas por la habitación y el cuerpo de Cristina aún dormida en total paz. Me levanté en silencio, con la cabeza dándome vueltas y con una un nudo en el estómago. Me quedé sentado pensando que tal vez podía intentarlo. Tal vez podía enterrar lo que había visto, atribuirlo a un arrebato pasajero. La idea era tentadora, cobarde y cómoda. Mientras me vestía, mi mirada cayó sobre su bolso, abierto en una silla y por donde asomaba el lomo del libro de Romeo y Julieta que Daniel le había regalado. Miré su figura dormida una última vez. Ya no sentía rabia, ni excitación perversa, solo un vacío enorme y tranquilo. La decisión estaba tomada. No podía olvidar. No quería olvidar. Y con una calma que me sorprendió, salí de su habitación y de su vida para siempre, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. 
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