Heil mama (Cap. 2)
Fecha: 12/06/2018,
Categorías:
Incesto
Sexo con Maduras
Autor: DocJoliday, Fuente: CuentoRelatos
... colmo, me di cuenta de que estaba empalmado. No llevaba ropa interior y mi manubrio abultaba bajo la tela a cuadros del pijama como si quisiera escaparse. Respiré hondo un par de veces, y cuando mi amigo calvo y yo nos calmamos un poco salí al pasillo y me paré frente a la puerta de Merche. En mi casa las puertas no tenían pestillos, así que simplemente giré el picaporte muy despacio y entré. Mi tía estaba tumbada en la cama, con la espalda apoyada en un montón de cojines. Aún llevaba puesta la bata, tenía un pañuelo de papel arrugado entre sus delgados dedos y estaba llorando en silencio. Cuando me acerqué me miró y no dijo nada. En sus ojos húmedos había tristeza y un poco de miedo. Pude ver la marca de mi manaza en su cara. Me senté en la cama, cerca de sus largas piernas. Con toda la ternura de que fui capaz, sin asomo de intenciones libidinosas, la acaricié a la altura del tobillo. Tenía la piel muy suave y caliente, como si acabase de llegar de tomar el sol en la playa. —Oye, tita... Lo siento mucho. No tendría que haberte pegado. Ella sorbió por la nariz y se llevó a los ojos el pico del pañuelo. Parpadeó deprisa unas cuantas veces y habló mirándose las manos. —Da igual. No tendría que haber dicho eso. —No se lo contarás a mi madre, ¿verdad? —Claro que no. Le daría un ataque. Ya sabes como es. Asentí y sonreí. Le di unas suaves palmaditas en la pantorrilla y ella también sonrió un poco. Cuando me levanté me sujetó por el brazo, me hizo inclinarme y me dio un beso en la ...
... mejilla. —Lo siento, de verdad —susurró. Noté su aliento caliente en la cara. —Está bien. Le devolví el beso y salí de nuevo al pasillo, cerrando su puerta muy despacio. Suspiré aliviado, con una perversa sensación de triunfo. Puede que la tía Merche fuese una moderna, divorciada, feminista y todo ese rollo, pero una bofetada había bastado para dejarla suave como un guante. Estaba claro que con las mujeres no había nada mejor que la mano dura. En la penumbra del pasillo, miré hacia el dormitorio de mi madre, la última puerta a la izquierda. Dormía con la puerta entornada, una costumbre que había adquirido cuando yo era niño, para poder escucharme si necesitaba algo durante la noche, así de atenta y entregada era mamá. Me preocupó que todo lo sucedido pudiese haberla despertado, aunque el silencio era absoluto salvo por mi fuerte respiración. Me acerqué despacio a su puerta, empujé lo suficiente para meter la cabeza y observé. Como ya he dicho, era una noche calurosa. Su ventana estaba abierta y la luz de la luna iluminaba la amplia cama de matrimonio, custodiada por un gran crucifijo de madera con un Cristo de metal oscuro. Estaba destapada, tumbada de lado, vestida solo con un fino camisón color vainilla. Podía ver sus pequeños pies, las pantorrillas abultadas de formas suaves, el comienzo de sus muslos, prietos y pálidos. La tela del camisón no podía disimular la abundancia de sus nalgas y las anchas caderas. Su respiración era lenta y profunda. Estaba dormida. De repente, ...