Bajo el sol del Sella
Fecha: 13/09/2025,
Categorías:
Hetero
Autor: Angelguti, Fuente: TodoRelatos
... susurró:
—No quiero que esto se acabe nunca.
—No va a acabarse —respondió él, casi con un nudo en la garganta—. Te lo prometo.
Melisa comenzó a moverse con más intensidad. Óscar sentía que cada contracción dentro de ella era como una ola que lo arrastraba. Y cuando ella empezó a temblar, cuando el orgasmo la recorrió entera como un fuego lento y profundo, él no pudo contenerse. Se corrió dentro de ella con un gemido fuerte, abrazándola con fuerza, como si el mundo pudiera deshacerse si la soltaba.
Permanecieron unidos un rato largo, sin moverse, respirando al unísono. El sudor les perlaba la piel, pero no les importaba. No había más frío, ni calor, ni mundo fuera de aquella cama.
Después, Melisa se tumbó a su lado, abrazada a su pecho, con los ojos cerrados. Óscar le acariciaba el cabello, dibujando mechones entre los dedos.
—¿Te quedarás esta noche? —preguntó él, casi en un susurro.
—Me quedaré más que esta noche —respondió ella, sonriendo contra su piel—. Me quedaré si me quieres en tus días, no solo en tu cama.
Él le besó la frente.
—Te quiero en todo.
Melisa suspiró, profundamente. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que estaba donde debía estar.
Pasaron solo tres semanas desde aquella noche en casa de Óscar. Tres semanas que bastaron para que Melisa hiciera las maletas, dejara su apartamento en Gijón y se mudara con él al pequeño rincón de piedra y calma donde, según sus propias palabras, “se follaba como en la adolescencia pero con ...
... la experiencia de los cincuenta”.
—¿No crees que es demasiado pronto para convivir? —le había preguntado su hermana, con ese tono que mezcla preocupación y celos.
—Puede ser —respondió Melisa, encogiéndose de hombros—. Pero cuando tienes 46 años, sabes cuándo algo vale la pena. Y esto… lo vale. Me da paz, me da fuego. ¿Qué más quiero?
La casa de Óscar se llenó pronto del perfume de Melisa, de sus bragas colgadas en la ducha, de sus risas a media tarde y de sus gemidos por la noche. O por la mañana. O en la cocina después del desayuno. Porque sí, follaban a todas horas.
Y no por obligación, no por rutina, sino por ganas. Ganas que no se les pasaban. Todo en ellos parecía estar diseñado para provocarse mutuamente: la forma en que Melisa se inclinaba para recoger algo, mostrando esa curva deliciosa entre su espalda y sus caderas; el modo en que Óscar se afeitaba sin camiseta, dejando a la vista su pecho maduro y fuerte, con esa mezcla de virilidad tranquila que la volvía loca.
—No puedo verte así sin querer comerte —decía ella una mañana, cuando lo encontró en calzoncillos buscando café en la cocina.
—Tú tampoco ayudas —respondía él, al verla con su camisón transparente y sin bragas.
Esa mañana acabaron follando sobre la encimera, entre el café humeante y la tostadora. Melisa con las piernas alrededor de su cintura, los gemidos ahogados en besos húmedos, y el sol colándose por la ventana, iluminando su piel sudorosa.
Y luego, en la ducha. Y después, otra ...