La Promesa de Beckett – Capítulo 1 – Isla de noche
Fecha: 29/09/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... algo en su garganta se cerraba.
Como un crimen sin cuerpo.
Como una verdad sin pruebas.
El intercomunicador sonó.
—Detective Beckett, el fiscal lo solicita en su oficina. Inmediatamente.
Silencio.
Beckett no se movió.
—Parece que ya no somos fantasmas —murmuró Isla—. ¿Quién va a salvarte ahora?
Y por primera vez desde que la conoció, él sintió miedo.
No por ella.
Sino por sí mismo.
.
—¿Por qué te afecta tanto este caso, Beckett? —preguntó el fiscal a cargo.
Beckett no respondió de inmediato. Miró a la puerta tras él.
El fiscal insistió
Beckett tragó saliva.
Hizo una pausa.
El fiscal lo miró en silencio.
—Hay algo en esa niña —en esa mujer rota…
Beckett cerró la puerta al salir. Afuera, el pasillo olía a desinfectante y café recalentado.
Caminó hasta la oficina forense.
El técnico revisaba su celular, con una carpeta abierta a medias.
—¿Revisaste el cuerpo de Gregory?
—Sí. Informe preliminar: muerte por hemorragia interna, heridas limpias.
Beckett se inclinó, los ojos duros.
—¡¿Qué decía el reporte?! —insistió, ignorando el tartamudeo.
—Beckett, no está completo aún. El forense principal dijo que…
—¡No me importa lo que dijo! ¡Dame lo que tienes! Ahora.
La tensión llenó el aire como humo espeso.
Beckett la observó desde el pasillo.
Se la llevaban esposada, sin oponer resistencia, como si el peso del metal fuera parte natural de sus muñecas.
Los oficiales la empujaban con mecánica ...
... cortesía, pero Isla no parecía registrar el contacto.
Sus ojos seguían mirando hacia adelante, al suelo, o hacia algún lugar entre los dos.
Beckett no se movió hasta que ella dobló la esquina.
Solo entonces se permitió cerrar la puerta del cuarto de interrogatorios, apoyarse contra ella, y respirar.
El sudor en su espalda había empapado la camisa.
El café se le revolvía en el estómago.
La mandíbula, apretada desde que la vio entrar esa mañana, comenzaba a dolerle.
Siete años.
Siete años y la cara de esa niña había vuelto a mirarlo como si el tiempo no hubiera pasado.
Como si nada hubiese cambiado. Como si ella lo supiera todo.
Y sin embargo, sí que había cambiado.
Su cuerpo. Su voz. Sus gestos.
No era una niña. No ya.
Y eso era, en parte, lo que más lo perturbaba.
Porque cuando la vio entrar, antes de reconocer sus ojos, antes de que dijera una sola palabra, lo primero que pensó —y ahora lo odiaba— fue:
Dios mío. Qué hermosa es.
Como un reflejo. Como una falla en la línea ética. Como un pecado.
Pero fue real.
Y Beckett, a pesar del asco que le provocaba admitirlo, no podía borrarlo.
Se dejó caer en la silla, solo.
La grabadora aún giraba. El sonido seguía allí. Un zumbido que se colaba bajo la piel.
Rebobinó.
—»Fue él.»
—»¿Tú también vas a decirme eso?»
—»Me hiciste una promesa. Y la rompiste.»
Beckett apagó el aparato de golpe.
En el expediente, Gregory Muñoz figuraba como técnico en refrigeración. Sin ...