La Promesa de Beckett – Capítulo 1 – Isla de noche
Fecha: 29/09/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... rostro. No lo encontró en una base de datos. Fue algo más simple. Más sucio. Más humano. Comenzó a verlo en la calle. Primero en el parque, con un abrigo viejo, observándola desde una banca. Luego en la estación de buses, con la cabeza gacha, siguiendo sus pasos a veinte metros de distancia. Una vez creyó haberlo visto dentro del supermercado, comprando cinta adhesiva y guantes. Y lo más perturbador: una noche lo reconoció por el reflejo de un vidrio en su propia ventana. No era que el hombre la mirara con descaro. Era la forma en que lo hacía: sin pestañear. Como si ya la conociera. Como si esperara algo. Era él. El mismo rostro que había visto cuando tenía doce años, por la rendija de la puerta. El mismo rostro que estuvo en la casa cuando Lía murió. Le tomó tres semanas seguirlo discretamente. Usó una gorra, gafas oscuras, ropa neutra. Tomaba notas mentales de cada giro, cada entrada. Finalmente, una noche, lo vio entrar al edificio gris de la calle 89B, segundo piso. Esperó más de una hora desde la sombra de un árbol. Nadie más entró. Nadie más salió. En la pared de ladrillo, al lado del timbre, un nombre apenas visible: Gregory Muñoz. Fue esa noche cuando decidió regresar. No con la rabia de la venganza, sino con la calma de quien no tiene nada más que perder. Llevaba su navaja. El rostro empapado de miedo. Y la idea fija de terminar algo. Entró al edificio poco antes del amanecer. Forzó la cerradura sin mucha dificultad. La había practicado en su habitación, una y otra ...
... vez. Sus manos no temblaban. No entonces. El pasillo olía a humedad, cables quemados y grasa vieja. La puerta del apartamento 204 tenía la pintura descascarada. Ella escuchó antes de tocar. Nada. Silencio. La abrió. Dentro, el aire estaba denso, cargado. Un olor familiar le revolvió el estómago: cobre, sudor, encierro. —¿Hola? —dijo, en voz baja. Fue el único error que cometió. De la sombra detrás de la puerta, dos brazos la atraparon. No hubo forcejeo largo. Solo el golpe seco en la cabeza, con algo duro. Luego la oscuridad la besó de lleno. • Cuando despertó, estaba amarrada a una silla. Los tobillos, apretados con cable de cobre. Las muñecas, con cinta negra. Tenía sangre en la frente, en la boca. El mundo oscilaba como un barco viejo. Gregory Muñoz estaba frente a ella. Sonreía. —Yo sabía que volverías —dijo, casi con ternura—. Nunca olvidan. Ninguna de ustedes. Isla no sabía cuánto tiempo había pasado desde el golpe. La cabeza le latía. Tenía las muñecas entumecidas, la boca reseca, y el estómago vacío. Gregory estaba allí, en la sombra, sentado en una silla frente a ella. Comía algo con la mano, sin apuro. Cuando notó que ella lo miraba, sonrió. —Dormiste mucho. Pero tranquila. Se puso de pie. —Ahora comenzará la verdadera diversión, niñita. Caminó hacia ella con algo detrás de la espalda. Isla no lloró. Solo bajó la mirada. Y comenzó a contar los segundos.
Caminaba descalzo, con un cable eléctrico pelado en la mano. De esos que cuelgan de lavadoras rotas. Lo agitaba ...