La Promesa de Beckett – Capítulo 1 – Isla de noche
Fecha: 29/09/2025,
Categorías:
Dominación / BDSM,
Autor: Ericl, Fuente: SexoSinTabues30
... como un péndulo. Como si fuera un juguete. —Tu hermana se agitaba mucho —dijo. Ella no respondió. El primer golpe vino sin aviso. El cobre contra el muslo. El ardor. La sangre. Luego otro. Y otro. Gregory dio otro paso. Isla jadeaba. Estaba atada, pero su mente no. Él inclinó el rostro. —¿Duele? Ella no respondió. Él deslizó el cable entre sus dedos como si afinara un instrumento. —…más arriba —murmuró, casi para sí, y levantó el brazo. Beckett. La promesa. Las sombras. Todo se desvanecía. Isla no gritó. Ni una vez. Solo respiró hondo. Como si con cada golpe se acercara más a un recuerdo exacto. […] Gregory se agachó. Su cara estaba cerca. Excitado. Respirando fuerte. —¿Quieres saber qué fue lo último que le dije? Isla sonrió. Una sonrisa rota, pero real. —Sí. • Pero esa conversación no ocurrió el primer día. La tortura se prolongó durante tres días. Tres días en los que Isla no supo si era de noche o de día. Gregory controlaba las luces, el agua, el tiempo. No gritaba. Solo hablaba. Preguntaba cosas sin sentido. A veces le contaba historias, otras solo caminaba desnudo por la habitación, con un cuchillo de cocina colgando en la mano como si fuera parte de su cuerpo. Gregory se acercó con la cara sudada, roja, con el cuchillo en la mano. —¡¿Crees que eres mejor que ella?! —escupió—. ¡¿Crees que puedes resistir?! Isla no respondía. Solo lo miraba. —¡Pagarás por todo esto! —rugió Gregory, lanzando una patada contra la silla. La madera crujió. Isla apenas se movió. —Pagarás ...
... —repitió, jadeando, con la boca torcida de rabia—. Como todas. Como tu hermana. La golpeó con cables de cobre, la ató con fuerza, le arrojó agua fría para mantenerla despierta. Se reía cuando temblaba. Se excitaba cuando lloraba. Gregory se acercó, respirando fuerte, el torso desnudo cubierto de sudor. La mirada perdida, como si hablara con un espejo. —Hagamos un trato, bella… —murmuró, acariciándole la mejilla con el canto de un cuchillo de cocina—. Si te portas bien, no te rompo los dedos esta noche. Isla no respondió. Solo cerró los ojos. Para no mirarlo. Para no mirarse. Pero ya lo había escuchado. Y esa frase le quedaría tatuada en el cráneo como una marca más. Isla intentó luchar, pero era inútil. Gregory quería que esa lucha existiera. Le excitaba más que la sumisión. La cinta en sus muñecas cortaba la piel. La madera donde la tenía amarrada se le pegaba a la piel. El cuarto estaba caliente. Apestaba a encierro, a miedo fermentado. Isla comenzó a llorar. Y Gregory, sin prisa, con esa calma horrenda de los que no sienten remordimiento, la observaba como si estuviera evaluando una pieza de arte incompleta. —Tu hermana duró menos —dijo, mientras alzaba el cuchillo y lo apoyaba con suavidad sobre su clavícula, como un amante que traza un mapa—. Tú… tienes más resistencia. Me gusta eso. Cortó los amarres que la ataban a la silla y la lanzó al suelo. Isla cayó boca abajo —¡¿Qué haces?! ¡Espera, no! ¡Sueltame! Isla pataleó por un instante. Solo un segundo. Un segundo de rabia ...