1. LNE (8). La forma del fango


    Fecha: 30/09/2025, Categorías: Grandes Series, Autor: Schizoid, Fuente: TodoRelatos

    ... con una ceja arqueada.
    
    —¿Tú no crees en nada de esto?
    
    —Claro que creo —respondió—. Creo que los chakras están en huelga. Y que tú y César necesitáis una esterilla a prueba de sarcasmos.
    
    Lluvia, imperturbable, anunció:
    
    —Mañana al amanecer, saludo al sol con lectura de aura opcional.
    
    —¿Habrá café? —preguntó Cristina.
    
    —No. Infusión de ortiga.
    
    —Paso.
    
    ***
    
    Cuando apagaron las velas artificiales, la oscuridad se apoderó del bosque. Solo se oía el crujir de las ramas bajo las tiendas que acababan de montar y algún murmullo cómplice entre padres bajo la luz temblorosa de las linternas solares. Había una energía extraña: de descubrimiento, de tensión, pero también de alivio por estar lejos del Wi‑Fi y de las hipotecas.
    
    Lluvia apareció entre los árboles con una cesta de malta fermentada (sin alcohol) y una voz suave:
    
    —Bien… bienvenides a la primera noche del campamento. Por favor, cerremos los teléfonos. Les digo a ambas generaciones: el silencio digital es parte del programa.
    
    Un silencio estupefacto recorrió el campamento. Las miradas se cruzaron en sillas plegables desvencijadas. César encendió un mechero ceremonial, aunque lo usó para encender una vela aromática de miel comprada en el bazar de todo a un euro. Cristina lo miró con ceja arqueada, dispuesta a advertirle si desfiguraba el ritual. O si incendiaba el bosque, lo que fuese más grave.
    
    Marisa, con sus ojos encendidos, se adelantó:
    
    —He traído incienso, sándalo, palo santo y unos ...
    ... cascabeles andinos para purificar las energías con sonidos y conectar con la Pachamama. Creo que es ideal para sumergirnos en el mar interior.
    
    César suspiró.
    
    —Ese mar está llenito de tiburones, ballenas asesinas y calamares gigantes.
    
    Marisa le regaló una mirada de revelación pronta.
    
    Al lado se instalaron Martina y Luis, descalzos. Con sonrisas beatíficas encendieron conos de incienso, consultaron una app de fases lunares y leyeron su manual de crianza espiritual a Yelay, que estaba medio en trance y medio expectante, preguntando cuándo cenaban.
    
    Sin camiseta pero con su tambor listo, Eduardo comenzó a tocar una percusión irregular.
    
    —Podemos invocar el ritmo de la selva interior —dijo con una seriedad que bordeaba lo épico. Los golpes eran más bien aleatorios, pero Bea, que muchos descubrieron por primera vez que estaba allí, aplaudió con entusiasmo.
    
    Poco más tarde, bajo el cielo sin luz artificial, Lluvia convocó a todos alrededor de una fogata central.
    
    —Quiero que cerremos los ojos y sintamos el crujir de la madera —instruyó—. La idea es escuchar el latido del bosque.
    
    Se guardaron teléfonos móviles. Apenas se oía.
    
    De pronto, Cristina soltó un estornudo imperceptible: César le alargó un pañuelo. Yelay se acercó y preguntó si se podía comer el tambor de Eduardo como si fuera postre. Él asintió dubitativo, mirando a sus padres, que estaban tumbados en el suelo contemplando constelaciones.
    
    De pronto, Marisa comenzó a tararear una canción, improvisando ...
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