LNE (8). La forma del fango - Relatos Eróticos

LNE (8). La forma del fango

... quieres compartir tu esterilla conmigo? —le susurró César.

—¿Para qué? ¿Para que me recalientes el kundalini con tus comentarios? —replicó ella en voz baja, pero con una sonrisa ladeada.

—Mmm… suena a oferta.

—No es una oferta. Es una amenaza.

Mientras tanto, Marisa se había situado a escasos centímetros de ellos. Había traído su manta gruesa con estampados zodiacal, y la extendía como si reclamara una parcela espiritual exclusiva. Su cara, pecosa, sin embargo, era una mezcla de concentración y radar emocional en modo activado.

—¿Podemos compartir espacio cuántico? —le preguntó dulcemente a César, que se volvió hacia ella con una sonrisa ladeada.

—¿Es como Netflix, pero con incienso? —respondió él, entre divertido y temeroso.

—Algo así —susurró, mientras se sentaba demasiado cerca para ser meramente amistosa.

Cristina llegó la última, arrastrando una silla de camping plegable.

—No pienso sentarme en el suelo, ni por el planeta ni por mi menisco —dijo, con su voz rasposa.

Se colocó detrás de todos, con gafas oscuras y una botella de metal que decía contener kombucha con jengibre, como si estuviera en el backstage de un festival underground.

—Cerrad los ojos —continuó Lluvia—. Respirad. Visualizad vuestro primer chacra: el de la raíz. Pensad en vuestra conexión con la tierra…

César intentó visualizar una raíz. Lo único que logró fue imaginarse una zanahoria con su cara. Y después a Lluvia practicando yoga desnuda.

—¿Tú ves algo? —le ...

... susurró a Inés.

—Veo a Marisa acercando sus puntos de energía demasiado a los tuyos.

César disimuló la risa. Marisa, efectivamente, se había inclinado levemente, como buscando que “los campos energéticos” se tocaran de forma casual. Inés resopló. Cristina soltó un resoplido sin abrir los ojos.

—Ahora vamos con el chacra del corazón —dijo Lluvia, totalmente seria—. Pensad en alguien que os haya hecho sentir completos. Puede ser una persona, una mascota… incluso una versión pasada de vosotros mismos.

Un silencio cayó. Inés pensó en su hija. Luego, inevitablemente, pensó en César. Y en cómo la había hecho reír esa misma tarde. Y en cómo la había desesperado también escenas de otras tardes.

César pensó en su exmujer durante medio segundo. Luego en Marian. Luego en Inés. Luego en Cristina. Luego en el bocadillo de tortilla francesa con queso que había sobrado. Era un hombre complejo, lleno de matices y hambre emocional. Y de la otra.

—Ahora abrid lentamente los ojos —dijo Lluvia.

Luis golpeó el cuenco tibetano otra vez, pero esta vez se le resbaló el mazo, que voló directamente a la cabeza de Marisa.

—¡Ay, mi tercer ojo! —gritó ella, frotándose la frente.

—¿Estás bien? —César intentó ayudarla a incorporarse.

—¡Estoy bien! Solo que… creo que me he alineado tan fuerte que me he salido del cuerpo por un momento.

Cristina escupió un poco de kombucha de la risa.

—Eso o te has desmayado del aburrimiento trascendental —murmuró.

Inés se giró hacia Cristina ...