LNE (8). La forma del fango - Relatos Eróticos

LNE (8). La forma del fango

... como “Meditación con sonido de grillos” y “Caminata consciente a cámara lenta”, que resultaron ser una mezcla entre una clase de yoga para confusos y una imitación del paso de tortuga.

Marisa, en su nueva faceta de gurú, trataba de convencer a Cristina y a Bea de que inhalar profundamente el aire del bosque les despertaría “los senderos interiores dormidos”.

-Aquí lo único que ha despertado es tu pelo… pero es de la humedad – señaló Cristina, y no sin razón. La melena pelirroja de Marisa empezaba a parecer un estandarte.

Eduardo, con su tambor aún firme, había declarado que el desayuno sería una ceremonia y se había encargado de fabricar una corona de flores que llevaba orgulloso como un rey de festival hippie, mientras Martina y Luis alimentaban a Yelay, que estaba tan zen que parecía haber trascendido la categoría de género y desayuno.

Inés y Marcos debatían acaloradamente sobre qué técnica de mindfulness era más efectiva mientras evitaban mirar a César, que ya había perdido toda esperanza de encontrar café y se había resignado a beber “té de bosque” con una expresión de quien ha descubierto la auténtica tortura.

El momento álgido del absurdo llegó cuando, en medio de una dinámica llamada “Comunión con el árbol más cercano”, que incluía abrazar árboles, sin descartar muestras más efusivas de afecto, César accidentalmente chocó con Lluvia justo cuando ella intentaba equilibrarse en una roca para besar a un alerce especialmente cósmico, y el traje de helechos ...

... de la tutora se deshizo dejándola desnuda.

—Perdón, perdón, no era mi intención —dijo César, mientras trataba de no mirar demasiado y simultáneamente evaluar el espectáculo.

—Claro, claro —respondió Lluvia con sonrisa irónico, mientras se tapaba como podía —. Si quieres, lo llamamos “Experiencia de Aprendizaje Sensorial”.

-También puede valer como Taller de Respiración Dérmica Holística… - le dijo Inés, alargándole una toalla.

***

Cristina y César llevaban toda la mañana con miradas como fogonazos. Él, en camiseta blanca ajustada, algo sudado, y ella en pantalones cortos de estampado militar y una camisa vaquera anudada, con su eterno aire de “no estoy disponible, pero no insistas que igual caigo”.

—Cinco minutos —susurró ella mientras recogían los platos del desayuno comunal.

—¿Cinco minutos de qué?

—Cinco minutos de desaparecer. Si no te da miedo el bosque, claro —dijo, guiñando un ojo.

Y allá fueron, caminando entre ramas, piñas y un rastro de tensión sexual tan obvio que hasta los pájaros dejaron de cantar un momento para observar.

El claro que encontraron era perfecto: musgo suave, sombra abundante, y lo bastante lejos como para no oír a los niños gritar “¡mamááááááááááááá!” por cualquier cosa.

Se miraron. Hubo un segundo de duda, y otro de decisión. Las manos se enredaron, las bocas se buscaron como en esas películas que terminan mal, pero de forma intensa.

—¿Tienes condón? —preguntó Cristina mientras lo empujaba suavemente contra un ...