1. Ciudad Caliente (1)


    Fecha: 18/12/2025, Categorías: Grandes Series, Autor: PerseoRelatos, Fuente: TodoRelatos

    ... o no van a querer salir de acá. —dijo Constanza.
    
    Isabel la miró.
    
    —No seas prejuiciosa, hija. Son buenos chicos.
    
    Constanza no respondió. Se inclinó sobre la mesada, agarró un sándwich, y se lo llevó a la boca de un solo mordisco.
    
    En la sala el ruido estaba controlado.
    
    Marcos y Santiago se reían, aunque no aportaban nada a la partida. Su rol era el del séquito: realmente le seguían sólo el papel a Aldo.
    
    Isabel entró con la bandeja, la depositó en la mesa improvisada y se sentó en el borde del sofá, entre sus dos hijos.
    
    —¿Y ustedes de dónde se conocen? —preguntó Isabel, interesada.
    
    Marcos tomó la palabra, sabiendo su papel.
    
    —Llevamos toda la vida en la ciudad, así que vamos juntos desde la secundaria. casi 7 años ya.
    
    —Qué bueno, eso quiere decir que son buenos amigos porque siguen juntos—dijo Isabel, inflando el pecho de orgullo maternal—. Y me alegro que mis hijos los conocieran.
    
    —También a nosotros, no nos los tome a mal señora, pero en la ciudad hay mucha más malicia que en la provincia y pudieron haber caído en malas compañías —dijo Santiago, y todos asintieron.
    
    Isabel los miró con ternura. Constanza, que seguía la conversación desde la cocina, sonrió con sarcasmo. Ella no había olvidado la manera en que se le habían quedado mirando en la librería, en su cabeza, eran unos idiotas normales.
    
    Aldo aprovechó el instante de soledad para mirar a los gemelos, midiendo sus reacciones.
    
    —¿La que nos mira desde la cocina es tu hermana, no? ...
    ... —preguntó, fingiendo desinterés.
    
    —Constanza —dijo Diego—. Es medio rara.
    
    —¿Por? —inquirió Aldo, saboreando la respuesta antes de oírla.
    
    —Es como que se cree más que los demás. Todo le molesta —dijo Matías.
    
    —Pero a veces es buena onda —agregó Diego, por lealtad.
    
    Aldo sonrió, ya teniendo el retrato claro en la cabeza.
    
    —Igual podríamos ser sus amigos.
    
    De la cocina, Isabel llamó a sus hijos para que le ayudaran con una caja pesada. Diego y Matías salieron disparados a socorrerla, dejando a los tres visitantes solos en la sala.
    
    —Te dije que era pan comido —dijo Marcos, en voz baja.
    
    —Todavía no viste nada —respondió Aldo, con la voz gélida de quien sabe que la batalla está ganada antes de empezar.
    
    Santiago, siempre callado, se inclinó hacia Aldo.
    
    —¿Qué opinas de la mamá?
    
    Aldo asintió, meditabundo.
    
    —Se puede lograr, pero va a necesitar cerebro.
    
    Cuando los gemelos regresaron, Isabel apareció tras ellos, sudando y con la cara roja del esfuerzo.
    
    —Perdón, chicos. Esto de la mudanza me tiene loca.
    
    —No se preocupe —dijo Aldo, poniéndose de pie con un ademán de caballero—, ¿le ayudo con algo más?
    
    —Qué educado —dijo Isabel, tocándole el antebrazo. El contacto fue breve, pero suficiente para que los dos lo sintieran. Isabel apartó la mano con un rubor y fue a buscar más hielo.
    
    La tarde siguió deslizándose entre juegos, sandwiches y risas prefabricadas. La sala se fue poblando de botellas vacías, migas, restos de papel. Afuera, el sol caía a ...
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