Albast.Capítulo 27 - Relatos Eróticos

Albast.Capítulo 27

... y empezaron a dudar. Quizás el túnel había quedado cegado por un desprendimiento... Finalmente, la escalinata terminó tan bruscamente como había empezado y un corto pasadizo los llevó al exterior. El sendero que llevaba al fondo del valle era bastante abrupto, pero parecía practicable. La sensación de alivio que todos sentían, al ser conscientes de que se habían librado de la muerte por un pelo, era indescriptible. Ya habría tiempo de lamentarse, ahora había que limitar los daños y cazar a aquellas sabandijas.

No pudieron hacer nada por él. Tras cinco minutos de ansiosa búsqueda, lo encontraron abandonado en un pequeño trastero. Ni siquiera se habían molestado en cerrar la puerta con llave. Cuando Douglas se acercó al ingeniero, inmediatamente supo que no podía hacer nada por él. No respiraba y tampoco notó pulsación alguna en la carótida. Las dos mujeres se echaron sobre su cuerpo y tuvo que pedir ayuda para separarlas. Solo lo consiguieron cuando les prometió que se lo llevarían consigo.

Cuando volvieron al ala principal, la encontraron anormalmente tranquila. Douglas se acercó a uno de los tres hombres que vigilaban el acceso al patio de armas. Este parecía atento pero tranquilo.

—Informe de la situación, cabo. —le pidió Douglas.

—Hace dos minutos que hemos hablado con los de abajo. Hemos tomado los subniveles clave y tenemos los ascensores bajo control. Las cargas ya están puestas en los subniveles de experimentación y en los túneles donde están alojados los ...

... mutantes. En diez minutos estallarán. Ya están comenzando la evacuación. Todo parece ir según los planes, excepto eso. —dijo señalando al casi centenar de presos judíos que se apelotonaba al lado de la puerta con sus cuerpos temblando de frío y de miedo.

—¿Y eso? —preguntó Douglas señalando el objeto que llevaba el cabo en la mano.

—¡Ah! ¿Esto? Lo encontré en una sala en uno de los subniveles. Parecía la tabla redonda. Estos tíos están chiflados. Y en el centro, sobre una peana, estaba esta lanza. Me pareció chula. Creo que quedará muy bien encima de mi chimenea.

Douglas asintió con gesto distraído. Se había olvidado de los prisioneros judíos. Tenían que llevárselos con ellos. Conseguir unos camiones, para llevarlos hasta el punto de extracción sería fácil, pero necesitaban más medios de transporte.

—¿La sala de radio está bajo nuestro control? —le preguntó al cabo.

—Sí señor. Están a punto de volarla.

El que voló por los pasillos, fue Douglas. Tenía una idea, pero tendría que hacer entrar en razón a aquellos borricos de la RAF. Se sabía de memoria los planos del castillo y no dudó un segundo. Eso le valió llegar justo cuando dos hombres del SAS estaban a punto de conectar las cargas al detonador.

—Esperad. ¡Quietos! Necesito contactar con el centro de operaciones.

—Pues ha llegado justo a tiempo, señor.

Entró en la sala. El interior estaba cubierto de grandes aparatos electrónicos, cubiertos de diales y una consola justo bajo una ventana. Frente a ...